LOS INCAS: el gigantesco Imperio del Tahuantinsuyo
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Hasta en la actualidad el viajero que recorre las calles de la ciudad del Cuzco, la Capital Arqueológica de América (Departamento del Cuzco), puede contemplar con asombro los restos de los colosales muros de piedra de los templos y palacios de los Incas, monarcas del Imperio del Tahuantinsuyo que establecieron su capital en esta ciudad, que fué creciendo en magnificencia y esplendor como sede del poder imperial a medida que el Imperio progresaba y se sostendría por los cuatro puntos , cardinales, hasta abarcar un territorio tan inmenso como no tuvo antes Ningún reino de la antigüedad. In- ¿luía todo lo que es en la actualidad fas Repúblicas del Perú y Bolivia, y desde Loja en el Ecuador, hasta el río Maulé, en Chile, y las pampas de Tucumán, en la Argentina. Es decir; mucho más extenso que el Imperio Romano.
El visitante de la ciudad del Cuzco puede ver todavía los muros curvos de piedra azul del templo de Coricancha, cuyas riquezas fueron .narradas por los asombrados cronistas españoles y como dignas de las mil y una noches de la siguiente manera: «El Templo ol estaba circundado de una tiza de oro puro con un ancho de S. palmos y cuatro dedos que des- sobre sus muros de piedra tenían en la juntura de sus piedras oro derretido, estaban revestidas íntegramente, como de tapicería, de planchas de oro”. “Toda la vajilla era de oro y plata”. «En el Jardín del Sol todo era de oro y piedras preciosas: los terrones del suelo, los caracoles y Lagartijas, las yerbas y plantas, los Boles con sus frutos, las mariposas di leve .y calada orfebrería, el giran maizal con hojas, espigas y mazorcas de oro, veinte llamas de oro de tamaño natural con sus recentales, pastores y cayados, todos vaciados en oro”.
“En el Santuario del Sol, sobre la piedra severa refulgía el disco del sol “de oro macizo como una rueda de carro”. Y al fondo brillaba la estatua del Sol llamada Punchau con figura humana y del tamaño de un hombre, trabajada toda en oro finísimo con exquisita pedrería. Su figura de rostro humano, rodeada de rayos, era también maciza’’.
Mas los Incas no daban al pro valor económico sino religioso. Su organización teocrática disponía que todos estuviesen sujetos al Inca. Al nacer, cada individuo, recibía un “topo” de tierra, que tenía que cultivar dando una parte para el Sol, otra para el Inca y otra para en Grandes depósitos en todo el Imperio acumulaban los productos a manera de silos para aprovechar las épocas de abundancia en las de escasez. La tierra era la sagrada ‘‘Pachamama”, y se le rendía culto casi diario y se le trabajaba por medio de formidables obras de ingeniería hidráulica hasta en los más inaccesibles lugares. Los caminos imperiales —de los que todavía quedan algunos restos recorrían todo el Imperio.
En el Imperio Incaico no existía la pobreza, pero en cambio existía ‘‘una alegría triste” sin libertad, pues nadie podía moverse de su lugar sin una orden especial. Todos los artistas que nos legaron las grandes obras arquitectónicas que admira como la fortaleza de Sacsahuaman, la ciudad de Machu-Picchu, etc. fueron por eso anónimos.
Los Incas no conocían la rueda ni la escritura. Su tradición era oral. Y la fundación del Imperio se le atribuye a leyendas, entre las cuales destaca la del personaje mítico, Manco Capac, que salió del lago Titicaca, junto con su esposa Mama Ocllo, para fundar el Imperio en el cerro Huanacaure, en Cuzco.