
Gnoseología Andina
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Tenemos que introducir este tema con breve explicación de gnoseología.
De los griegos gnosis, conocimiento y logos, palabra.
A lo largo de un proceso luengo de desarrollo, las lenguas mediante sus hablantes hacen uso de una fabulosa herramienta llamada ‘extensión’.
Es gracias a tal extensión que los vocablos ya existentes adoptan un uso diferente pero siempre análogo, Saussure viene a mente con esto último dicho, pues usa el término para lo suyo; que es casi análogo. Es en verdad el gran Aristóteles quien nos enseña lo referente a la “asociación” del conocimiento.
Se debe a la extensión que hoy entendamos “logos” no como la palabra en sí, sino como el estudio de determinada ciencia, tratado de ella o manejo de tal sapiencia.
Se dice que logos, palabra, se extendió en principio al “agente”, es decir “la persona” o individuo (átomo griego) que tenía la palabra (conocimiento) sobre determinada “sapiencia”, área de estudio. De esta suerte, hoy en día vemos en gnoseología el tratado, estudio, disertación, conocimiento (noción) sobre precisamente el conocimiento (saber).
Pues bien, gnoseología: el tratado del conocimiento; ¿cómo es que se manejaba el conocimiento a nivel de discurso en las sociedades andinas antes que éstas fueran seducidas por usos y costumbres de otras índoles, de la laya Mediterránea, más específicamente del mercenario del más bajo nivel de su sociedad, quien llego muy relegado a la repartición congénita, circunstancial y formativa de la herencia de aquella gallardía de Roma y Grecia.
Bruto e indómito belicoso cuyos desmanes eran permitidos por su rey sólo a cambio de sujetar los territorios y apurar los lucros; los Pizarro, Carbajal, entre los más bravucones, crueles e inmorales cuya palabra ningún valor tenía puesto que en el
jugar con ella es que radicaba parte de su fuerza, su astucia, su ventaja, su eventual triunfo.
Sabía el rey castellano que los días de estos salvajes estaban contados, mas infortunadamente la avería ya estaba consumada. Una vez traicionados y asesinados los príncipes andinos se acababa la última dinastía, Yupanki, de célebres soberanos por haber digna y palmariamente ostentado el título wakcha khuyaq (benefactor de los carentes), y los Andes entraban en la peor fase inmoral de su historia, el barbarismo absoluto, entiéndase ab soluto, suelto, desatado, desabrochado, pues es naturaleza del hombre rendirse a tal revés inmoral.
Dicen que el pupilo supera al maestro. Que nos digan los sociólogos cómo es que caracterizan las sociedades modernas después de haber asimilado y aumentado los vicios del destructor, del ladrón, del inhumano, del infiel, puesto que cree en sus dioses a conveniencia propia y de diente para afuera por la forma en que lo demuestra. El verdadero temor le haría observar fielmente los sagrados mandamientos de su credo e iglesia, pues ésta como las más nítidas entidades representantes de lo divino cuenta con macizos códigos morales, incontestablemente.
Bien, me basta citar una sola situación para ejemplificar lo referente a la moral andina e inmoralidad anodina. Dio el Inka su palabra para comprar su libertad a cambio del metal codiciado en cantidad descomunal… ¿y qué sucedió con la palabra de los malolientes recién-vinientes?
La historia ya ha dado su veredicto, mas tristemente los mandatarios de estas épocas aún son rehenes de la inmoralidad importada…
Si los bribones se salen con la suya, ¿cuál es el sentido de vivir dentro de una sociedad civilizada? No creo que ni el salvaje boscaje nos corresponda, pues no se crea que los brutos se salen con la suya en lo denso de su espesura, sino que están sujetos a códigos de fuerza natural y aun así jamás son desalmados, descarados, o sinvergüenzas, porque se rigen por la inteligencia comunal
Si un hombre sin escrúpulos se vale de artimañas para ganar elección presidencial y a la obtención de poder tal se vuelve contra sus crédulos electores, ¿cuál es el valor de la palabra? ¿Por qué es que muchas personas dicen “es” cuando “no es”? Sabiendo ellas mismas que no es. ¿Dónde está la cordura y el valor de la palabra?
El verbo “ser” para los andinos no era poca cosa. Los mochica tenían: ang, e, fe, entres otros para expresar aquello que es, los aymara wa y pi notablemente y los quechua “mi”. Ciertamente los hebreos no tenían “es”. Los ibéricos sí, pero… ¿Sabían de su valor? ¿Conocían su potencial moral? O esto ya se ha había perdido desde que Roma enseñara que los medios son justificados por el objetivo.
Los verbos relacionados al “chi” mochica, wa/pi aymara y “mi” quechua venían con su andén gnoseológico. Lamentablemente lo que sé sobre la lengua yunga se limita a lo descrito por Federico Villarreal, insoportablemente déspota con el padre De la Carrera a quien le debemos la obra arte de la lengua yunga que no está al alcance.
Menos mal que contamos con Bertonio, Torres Rubio, Santo Tomás y Holguín entre los más destacados para definir la importancia del verbo ser en los Andes del Suri. Con esto quiero decir que el individuo era en todo momento consciente – pues la lengua lo demuestra sin objeción – de los grados de gnoseología para su expresión, es decir, de su nivel particular de familiaridad con el asunto a tratar dentro de la esfera del conocimiento.
Evidentemente el hombre de otras latitudes ha estado siempre motivado a esconder la verdad en su discurso, por temor, por huir del peligro, etc. No insinúo que los andinos hayan siempre dicho la verdad. Éste es un pensamiento absurdo. “Disparate”, como dice el padre Fernando de la Carrera. La mentira tiene función útil en las sociedades y esto toma lugar precisamente para salvaguardar y proteger nuestros intereses, bienes o personas queridas. Es necesario mentir cuando el enemigo quiere valerse de nuestra información, justamente para destruirnos más eficazmente. Pero, la mentira cotidiana, la mentira para hurtar, la mentira para ganar ventajas es lo que nos hace desgraciados inmorales aunque estemos repletos de bienes materiales.
Más desgraciados aun las veces que vemos impunidad y descaro en estos degenerados, pues en el colmo de la descivilización de una civilización han perdido todo y cualquier recato, todo sentimiento comunitario, toda decencia y son los que precisamente disponen de los recursos más favorables en el medio. Por esto es que el mediocre no los censura sino que se esmera por imitarles.
Bien, en este gráfico dice: Éste es mi marido, con énfasis en “mi marido”.
Era ésta pues la aseveración que el faraón hubo querido oír sobre Sara.
Fue sin embargo el temor azuzante de Abraham, – creo que Avram en aquel entonces – lo que motivo el pedido a su mujer para mentir con él, totalmente justificado sin lugar a duda o cuestionamiento.
Di por favor que eres mi hermana. Así Sara tuvo que decir “es” sabiendo que “no era”. Como digo, esto lejos está de censurarse porque la mentira es legítima cuando se corre riesgo de muerte o peligra la integridad de las personas que uno ama.
¿De qué muerte escapaba aquel candidato a la presidencia que levantó la causa indígena como el más poderoso argumento para su triunfo?
Bueno, no hurguemos más la indecorosa política; sólo lamentemos haber perdido a los más destacados gobernantes que haya dado la raza humana. Los Yupanqui. Y no lo digo porque se me antoja sino porque “es”. A no ser que todos los cronistas hayan sido lacayos de cierta prensa amarilla tawantinsuyana y recibían oro a cambio de elogios. A no ser que todas las obras que aún conseguimos ver en estos días sean espejismos, sólo para una vez más burlarse de la infelicidad del pueblo… ¡Mas no! Yupanki es porque Yupanki fue.