Una gigantesca cruz hecha a flores de “uchu”, cuyo color encarnado resalta sobre la blancura del glaciar del Sinacara, guía a los miles de peregrinos que anualmente en la fiesta del Corpus acuden hasta este lugar para rendir homenaje y fe al Señor de Coyllorite.
Coyllorite quiere decir “lucero de la nieve” y, verdad que el espectáculo es realmente maravilloso.
Para los campesinos del Cusco, Puno, Arequipa y Apurímac, el peregrinaje a Coyllorite es certeza de bienaventuranzas. Por eso el viaje lo hacen a pie, llevando en sus bolsillos piedras de diversos tamaños que colocan frente a una capilla donde existe una “Apacheta” (montón de piedras).
Una vez en Coyllorite practican sus danzas matizadas a menudo con actos de penitencia, como el caminar de rodillas sobre la nieve. La antevíspera se realiza la procesión de la Virgen y la cruz de Tayancani, que es conducida bajo una “achiwa” o sombrilla incaica. Al día siguiente los “ukukos” (disfrazados de osos) y los “machus” (viejos) suben a los glaciares y retornan al rayar la aurora cargando sobre sus espaldas bloques de hielo. Cuanto más grande es el bloque -imaginan- mayores serán las bendiciones conseguidas.
Luego, todos, se dirigen a donde los “celadores” y les cuentan sus pecados pidiendo a gritos castigo.
Entonces la nieve se cubre de hilos de sangre que caen de las heridas abiertas por los azotes.
En esta fiesta llena de belleza ingenua y brutal, encerrada por un paisaje abrumador, están prohibidas la embriaguez y contactos sexuales que proliferan en otras fiestas.