Las Antiguedades Peruanas

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De la primera mitad del siglo XIX, es la obra Antigüedades peruanas, de Mariano Eduardo de Rivero y Johann J. von Tschudi. Constituye la pri¬mera monografía de corte moderno y representó un acopio de datos e ideas muy importantes para su época. Durante la segunda mitad de la pasada cen¬turia, viajeros y curiosos científicos tienden a visi¬tar personalmente los restos arquitectónicos. Con ellos se inicia la tarea descriptiva precisa. Con todo, el arqueólogo de profesión, aún no había hecho su aparición. Los viajeros ávidos por conocer los mo¬numentos antiguos en el siglo XIX, fueron princi¬palmente de origen europeo (Middendorf, Markham, Wiener, Raimondi, etc.), salvo el caso aislado del norteamericano G. E. Squier. Paralelamente, eru¬ditos peruanos aficionados a comparaciones lingüís¬ticas trataban de buscar el origen de la cultura pe¬ruana, hallándola en la China, en Sumeria o en la India. Estos lingüistas-anticuarios de antaño —co¬mo P. Patrón—, acumularon ejemplos de semejan¬zas entre idiomas de culturas diferentes, y con ello se proponían hallar los orígenes de los pueblos pre- hispánicos. En ciertas ocasiones recurrieron tam¬bién, a analogías superficiales de monumentos ar¬queológicos como pruebas complementarias de sus teorías. J. T. Polo, fue el primer peruano que se dccIicC ~ la descripción arqueológica detallada.
La forma disciplinada de investigar el pasado arquelógico, y la aparición de métodos y técnicas especiales para lograr un cometido “científico” en esta tarea, pertenecen a nuestro siglo. El libro Pa- chacamac, de Max Uhle, en 1901, dícese, marca la nueva era de los estudios de la antigüedad peruana. Este arqueólogo excavó, por primera vez, utilizando el método estratigráfico, que permite obtener obje¬tivamente la antigüedad de unos restos con relación a otros (secuencias y cronología relativa). Gracias a este método, Uhle, estableció un primer cuadro de las secuencias de las culturas prehispánicas, con tal precisión, que sigue en términos generales vi¬gente hasta hoy. Esta ordenación permitió aislar las distintas culturas peruanas, y, así, se reconoció, en rigor y separadamente, lo preincaico de lo incaico. Uhle descubrió la antigüedad de Tiahuanaco ex¬pansivo, y llegó a situar, como anteriores a esta cultura, los estilos de Nasca y Mochica. Por su par¬te, Julio C. Tello, padre de la arqueología peruana, logró retroceder la cronología dada por Uhle, en
1,0 años, con sus fundamentales descubrimientos sobre Chavín, realizados a partir de 1919. Chavín figura desde entonces como la cultura matriz del Perú antiguo; tres veces milenaria. También Tello logró sorprendentes hallazgos materiales; baste re¬cordarlo como descubridor de la cultura Paracas, famosa por sus tejidos admirables de más de 2,000 años de antigüedad.
.STpartir de 1948, Junius Bird dio a conocer un periodo desconocido y muy antiguo, de- la arqueo-logía peruana. Se conoce a éste con el nombre de Pre-cerámico, y representa una época en que ya se conocía la agricultura, pero sólo de modo rudimen¬tario. Los descubrimientos de Bird abrieron trocha a nuevas investigaciones y hallazgos sobre las eta¬pas más antiguas de la arqueología peruana. En 3 958, se dio a conocer hallazgos de antigüedad sen¬
sacional: el hombre de Lauricocha, de 10,000 años de antigüedad, que era nómade y que aún no cono¬cía la agricultura. Es el rastro más antiguo que se tiene sobre la presencia del hombre en el Perú. Con todo, este conocimiento, no destruye, como tampoco el de la época Precerámica, como podría creerse a simple vista, la teoría del origen Chavín de la tí¬pica cultura peruana: haya partido primero de la costa o de la sierra, haya sido autóctona o introdu¬cida al Perú. Con Chavín, en efecto, comienza la alta cultura, como los mismos descubrimientos so¬bre las etapas pre-Chavín parecen confirmar. Las etapas anteriores ofrecen ciertamente mucho inte¬rés al especialista, y son de importancia en el fe¬chado general del panorama arqueológico; sin em¬bargo, no constituyen lo característico de nuestra cultura, que se da sólo a partir de Chavín. Lo an¬terior pertenece al fondo común de la prehistoria americana, aunque muestre algunas diferencias de grado y de tipo.
El Perú cuenta en la actualidad con el interés y el aporte de muchas personas e instituciones ex- tranjerr interesadas en el conocimiento arqueoló¬gico de! país. Después del europeo que imperó espe-cialmente en el siglo XIX y en el presente con Uhle, el movimiento peruanista más notable ha sido, y es en la actualidad todavía, el norteamericano. Nom¬bres como Kroeber y Strong, para sólo citar a dos de los fallecidos, pasarán sin discusión a los anales de la arqueología peruana como puntales del segun¬do cuarto del siglo XX. En el Perú, desde la muerte del sabio Tello, ha recaído en el maestro Jorge C. Muelle la máxima representación. Aunque funda¬mentalmente etnólogo, no se puede dejar de men¬cionar a L. E. Yalcárcel, como Uno de los patriar¬cas de la investigación del pasado precolombino en gtnwai. En los últimos años, arqueólogos japoneses han iniciado un vasto y prolongado programa de estudios, iniciado en 1958 (1).
Al método estratigráfico tradicional se suma, ahora, el del Carbono 14 o Radiocarbono, aplicado sobre material peruano desde 1949. El C 14 permite averiguar, con precisión sorprendente, la antigüe¬dad de los restos arqueológicos. Las conclusiones a que se ha llegado con el Radiocarbono, prueban la eficacia de las deducciones cronológicas de Uhle, en relación a las culturas Nasca, Mochica, y Tiahua- naco y, también, las hechas por Tello sobre la an¬tigüedad de Chavín. La arqueología es hoy una es¬pecialidad, que tiende a aproximarse a las ciencias exactas, por la depuración de los métodos que em¬plea. Como éstas, gana en precisión, pero está visto que ello limita su perspectiva de compenetración en la esfera humana. La defensa de rutina estable¬ce que aún no ha llegado el momento de emprender otra tarea que no sea la de la ordenación previa y fundamental. Sólo el futuro dirá si la arqueología de hoy ha permanecido demasiado tiempo empe-ñada en ordenar, posponiendo interrogantes que deben ser de su competencia sólo por no ceder a su amor por alcanzar el epíteto de “ciencia”.

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