El Retablo

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EL RETABLO

Una de las expresiones artísticas traídas por el artífice europeo fue el retablo, que llegó hasta nosotros en el pleno  desarrollo de sus formas. Se ha discutido mucho si el retablo es un mueble litúrgico o una arquitectura en madera, en todo caso, es una estructura compuesta de pinturas y/o esculturas colocadas dentro de un marco arquitectónico que tiene frente a él la mesa del altar. Su nombre se deriva de las palabras Retro-Tabulum, es decir, la tabla que se sitúa detrás del altar.

Su origen se remonta a las primeras civilizaciones. El hombre, desde la antigüedad, ha colocado dioses e imágenes de culto en nichos y hornacinas  habilitadas para ese fin en sus santuarios y en las paredes de sus viviendas.

Los primitivos cristianos, al igual, que hicieron con la planta basilical incorporaron la decoración arquitectónica de los edificios civiles y religiosos  romanos a sus iglesias y templos, iniciándose así en el culto católico la costumbre de adornar los altares con imágenes sagradas.

En la época medieval se realizaban pequeños retablos portátiles, conformando trípticos  y polípticos que enmarcaban pinturas y relieves. Muchos de estos retablos acompañaban a sus dueños  en sus frecuentes desplazamientos, y llegaban a veces a ser instalados en los campos de batalla para proteger y ayudar a lograr la victoria.

El retablo nace con el arte cristiano, pero su uso no se generaliza sino a partir del siglo XIII. En el siglo XIV adquiere su distribución tradicional, llegando a su máximo apogeo en el siglo XV en el que su complejidad es tal que se requieren los servicios de un nuevo artífice: el ensamblador, persona encargada de montar cada una de las partes del retablo, las que eran talladas separadamente para ser luego encajadas, facilitando de esta manera su montaje y transporte. (Proyectar imágenes de retablos medievales)

En el siglo XVI el retablo era ya considerado como parte indispensable del mobiliario litúrgico de los templos. España hizo gran alarde de su fabricación esculpiendo imponentes y majestuosos altares, como el mayor de la catedral de Sevilla, que invitaban al recogimiento espiritual y frente a los cuales los fieles oraban y entraban en contacto con el mundo del arte que era creado para mayor gloria de Dios, tal como reza el lema jesuita.

Desde el siglo XVI, en el interior de los templos se empiezan a desarrollar estructuras monumentales, que en el barroco alcanzan  un marcado carácter escultórico, dejando de ser simples soportes estructurales de otros elementos artísticos y adquiriendo personalidad propia. La unidad del conjunto  pasa a tener más importancia que los elementos pictóricos y escultóricos aislados que alberga.

ESTRUCTURA BÁSICA

El retablo es considerado una composición arquitectónica ubicada detrás del altar, originado en época imprecisa, quizás desde los primeros años del cristianismo, pero en una concepción diferente. A lo largo de la historia se realizaron en diversos materiales, pero donde alcanza su mayor evolución es en la madera.

El desarrollo estilístico del retablo está en relación directa con el de la arquitectura, siendo en muchos casos éste fuente de inspiración o campo de experimentación para las llamadas fachadas-retablo. A aquellos retablos simples de la Edad Media que sólo formaban los trípticos y polípticos, enmarcando pinturas o relieves, se sumarán, ya desde el siglo XIV en España, las estructuras monumentales, que en su desarrollo alcanzarán en el barroco caracteres escultóricos; deja de ser el simple soporte estructural, se independiza y se convierte en el centro de atracción, tanto o más importante que las pinturas y esculturas que alberga.

El recorrido por un retablo se inicia de abajo hacia arriba y de izquierda a derecha. Lo primero que ubicamos es el basamento, pedestal o sotabanco, que soporta todo el conjunto. Sobre él va otro pedestal corrido denominado banco, que puede ir decorado con pinturas o relieves, así como por ángeles tenantes. Horizontalmente los retablos se dividen en cuerpos, marcados por un registro de columnas con el entablamento que ellas sustentan y verticalmente se dividen en calles, que abarcan todo el alto del conjunto. A la calle del medio, la principal, se le denomina central y a las de los costados, laterales. En el primer cuerpo de la calle central se coloca el Sagrario, donde se guarda la Eucaristía y sobre él, en el segundo cuerpo, el templete para exponer la custodia. Igualmente en el tercer cuerpo va el santo titular del retablo.

Las calles laterales, que pueden ser dos o cuatro, llevan recuadros que enmarcan pinturas o relieves escultóricos, asimismo pueden llevar hornacinas y nichos para esculturas exentas. La hornacina tiene planta de medio punto, coronada por semi esfera y el nicho es de planta cuadrada o rectangular.

Toda la estructura mencionada remata en un último compartimiento que generalmente es la prolongación de la calle central y que recibe la denominación de ático.

La estructura básica permanece a través de los estilos, la variante generalmente estará marcada por el tipo de columnas empleadas y por la ornamentación. Ya desde el siglo XVI se ven los primeros retablos renacentistas en América del Sur, de los que quedan muy pocos. Bayón cita los de Huaro en el Cusco y de la Asunción en Juli, pero hace especial mención del retablo mayor  de la Catedral de Sucre, obra de José Pastorelo dentro de los dos primeros lustros del siglo XVII. En estos retablos destaca lo estrictamente arquitectónico sobre lo decorativo, marcándose la cuadrícula de calles y cuerpos en forma definida. No podemos dejar de mencionar los de Bitti en San Pedro de Acora y Challapampa y el último de importancia capital descubierto por Tord en la Iglesia de la Merced de Huánuco, con una plancha grabada y una pintura,  firmadas por Mateo Pérez de Alesio en 1582 y 1594 respectivamente; en él  se aprecian frontones triangulares cerrados y cartonería manierista.

Los libros de los tratadistas del siglo XVI como Serlio (1545), Vignola (1562), Palladio (1570) y Dietterlin (1598), jugarán un papel muy importante en la España de la mitad del siglo XVII, tanto en arquitectura como en el campo de la retablística. Jesús Palomero Páramo ha demostrado la influencia del libro segundo de Palladio en los retablos sanjuanistas de San Leandro trazados por Oviedo, así como en el altar mayor de Santa Clara, proyectado por Montañés, en Sevilla. Igualmente, la influencia directa de Serlio en los dispositivos arquitectónicos de Montañés se ve en la utilización frecuente del orden corintio y en la combinación del “orden gigante” y el “orden normal” en la estructura de un mismo retablo.

En lo que se refiere a Lima harth-Terré nos informa que en la biblioteca de Santiago Rosales, arquitecto mulato del siglo XVIII, figuraban entre muchos libros los de Serlio, Vignola, lo que demuestra que los maestros americanos no fueron ajenos al conocimiento de los tratados de arquitectura.

En el barroco americano, la arquitectura efímera de altares y arcos triunfales para las celebraciones va a jugar un papel importante en su desarrollo, por la libertad de materiales en su ejecución.

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