Historia del Señor de QOYLLORRIT’I y Marianito Mayta

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La Festividad de Qoyllorit’i es monumental porque congrega a miles de personas de todas las sierras del sur, además del Cusco. Para ellos el peregrinaje es obligatorio por lo menos una vez en la vida (que mejor si son tres). Qoyllurit’i es un Santuario ubicado en el Paraje de Sinak’ara, en el distrito de Ocongate, provincia de Quispichanchi, Región Cusco, a una altura cercana a los 5.000 m.s.n.m.

El origen de la tradición ubica el mito en la década de 1780, cuando se le aparecía a un niño pastor quechua otro niño blanco y rubio que representaba a Jesús.

Según la tradición; Marianito Mayta, cansado de los abusos de su padre y de su hermano mayor, decide huir de su estancia, en el paraje del Sinak’ara al pie del Nevado de Qolqepunco, cercano al pueblo de Mahuayani. Cuando estaba dirigiéndose hacia el Nevado, caminando por esos desolados parajes se encontró con Manuelito, un niño de su misma edad, rubio y muy hermoso, que hablaba quechua igual que él y con quien entabló amistad. Ambos jugaban y cuidaban de los animales y se contaban sus penas en la soledad de las punas. Su alegría es inmensa; durante el día juegan, conversan amenamente, bailan y cantan (la tradición cuenta que era la danza del Puca Pacurizo o Wuayri Chuncho la que más les gustaba bailar a ambos); pero siempre apacentando los ganados e hilando.

Un buen día, un comunero de una comunidad vecina, cuando buscaba una llama que se había perdido de su cabaña; divisó en las laderas de Sinak`ara, que Marianito jugaba con un niño blanco; éste pensó que era algún forastero, que se había alojado en la cabaña de los Mayta. Pasaron meses, otra vez se pierde su ganado; el campesino sale en su busca por los mismos lares y nuevamente encuentra en el mismo lugar a Marianito y al niño blanco forastero; aquel hecho le hace pensar y conjetura ciertas malicias, de regreso a Mahuayani le comenta al padre de Marianito.

El padre fue a revisar la labor de su hijo y se llevó una gran sorpresa. Comprobó que el ganado que cuidaba Marianito se había multiplicado y estaba más robusto, por lo que decidió premiar con ropas nuevas a su hijo y a su nuevo amigo.

Algún tiempo antes estando juntos Marianito le pregunto a su amiguito (Manuelito) de donde era; Manuelito le contesta que era de Tayankani; luego le pregunta que su vestido no envejecía y nunca se cambiaba; pero al día siguiente para su sorpresa, su amiguito apareció con el vestido de un extremo roto y un poco envejecido; Marianito le pregunta por qué no tenía otro vestido su amiguito le contesta diciendo que no tenía otro vestido, porque no había esa tela en estos lugares.

Cuando el Padre de Marianito busca la misma tela para la ropa del amigo de su hijo, descubre que las telas de la ropa del amiguito eran tan finas que parecían extraídas del ajuar del obispo de Cusco o de las vestiduras de los santos de madera de la catedral.

El Padre decide enviar a su hijo Marianito a buscar la tela a la ciudad del Cusco. Preocupado y entusiasmado llega al Cusco, recorre todos los establecimientos comerciales en busca de la tela preciada y no encuentra la tela; hasta que le recomiendan preguntar en el Arzobispado, porque solo los Obispos usan ese tipo de tela; logra entrevistarse con mucho sacrificio con el Obispo Monseñor Moscoso; quien con paciencia y atención escucha al humilde indiecito; el Prelado le manifiesta que esa tela no existe en el Cusco, que la enviaban de la ciudad de Arequipa. Le aconsejó y recomendó acudir donde el Párroco de Ocongate, el Sacerdote Pedro de Landa. Al tomar conocimiento de esta situación, el obispo de Cusco, temió que aquel trozo de tela fuese parte de un ornamento sagrado obtenido sacrílegamente y dispuso que el párroco de Ocongate, Pedro de Landa, indagara su procedencia, convocando a las autoridades y vecinos para averiguar lo que ocurría.

El Párroco, convence a Mariano para que lo llevara donde su amigo, que usaba dicha tela; luego de un largo y penoso viaje por la cordillera llena de nieve; llegan al paraje del Sinak’ara, vio efectivamente que un joven vestía túnica y apacentaba el ganado, cuando se aproximaba hacia él, proyectaba una luz refulgente hasta ofuscarle la vista, sin que fuese posible aproximársele; entonces se vio obligado a suspender tal emprendimiento.

Días más tarde convocan a las autoridades comunales y vecinos cercanos; una vez puestos en conocimiento, acuerdan organizar un complot sorpresa. Todos subieron desde el pueblo hasta el nevado donde se encontraban los niños, pero al acercarse, una luz blanca y resplandeciente los cegó. A tientas, el sacerdote que encabezaba el grupo trató de tomar al niño y con gran sorpresa percibió que tocaba un cuerpo duro. Se trataba de un árbol de Tayanka, que allí había crecido y pensado que el fugitivo se haya subido, levantó la vista hacia arriba y vio que del árbol estaba pendiente el cuerpo del Señor en momentos de la agonía, manando sangre de sus llagas y levantando sus ojos al cielo. Entonces el Sacerdote y su comitiva de perseguidores, quedaron perplejos y atónitos; se postraron de rodillas y henchidos por la devoción, inclinaron sus cabezas pidiendo perdón; mientras tanto Marianito Mayta, al ver la persecución contra su amiguito de tayanka, gritaba a todo pulmón; clamando misericordia y al verlo sobre el árbol de Tayanka y sangrante; gritaba acusándoles de haber matado a su amigo; presa por la desesperación Marianito murió instantáneamente, como fulminado por un rayo; todos los hombres vueltos en sí, solo encontraron la madera de tayanka en forma de cruz y el Cuerpo de Mariano fallecido cuyo cuerpo se dice fue sepultado al pie de un gran peñasco del monte Sinak’ara.

La leyenda cuenta que la imagen del señor de Qoyllurrit’i apareció en el acto sobre la roca en la que el pequeño estaba enterrado. Desde entonces la zona se convirtió en centro de peregrinación católica.

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